De reciente escucho la narrativa de que todos somos iguales; me refiero a que todos los afrodescendientes somos iguales porque las mismas naves negreras que atracaron aquí con su humillante carga humana de sueños fracturados luego descendían a las costas del Caribe llevando su tragedia humana, idéntica separación y equivalente despojo. Esta afirmación es esencialmente cierta pero decir que un negro cubano es igual a otro americano pudiera en algunos casos llegar al facilismo racista: todos los negros son iguales, aún hoy repiten algunos ignorantes. Iniciemos puntualizando que el comercio de esclavos como toda operación financiera no observó un único derrotero; de tal suerte, a veces la “mercancía” era la misma mientras en otros casos la procedencia del esclavo era distinta. Por otra parte, sostener esa equivalencia que se nos desea imponer responde a objetivos retorico demagógicos muy lejanos a nuestros intereses cardinales. Para ser más claros, luego de haber coqueteado vergonzosamente con la Junta de La Habana, muchos “líderes” afroamericanos ahora se recuerdan que existimos y consciente o inconscientemente saltan sobre avatares diferentes para probar una similitud que en realidad es en extremo frágil y efímera.
Dadas las características que diferencian la colonización española de la británica nosotros somos mucho más cercanos a nuestros compatriotas de tez más clara que a los que comparten nuestro mismo color en Estados Unidos; no se trata solo de un idioma compartido sino de una mayor cercanía y una complicada mezcla más allá de los innegables prejuicios y complejos que subsisten. Resulta imperativo que los negros cubanos fijemos una mirada aguda en las dinámicas de los negros colombianos, ecuatorianos, del resto de America Latina y en particular que bebamos de la inagotable fuente de sabiduría que significó el pensamiento y la estrategia del doctor King; mucho nos ayudará estudiar la lucha por los derechos civiles de los sesenta en Estados Unidos, pero también tenemos el sagrado deber de evitar caer en los excesos y las manipulaciones que en las últimas décadas han aquejado a la comunidad negra americana. Nosotros poseemos nuestra propia religión; por los motivos que fuera y mediante las mañas que tuvimos a nuestro alcance logramos mantener la esencia de una liturgia e incluso logramos horadar el marmóreo dogma catolico. Nuestra fe se nos escapó del alma con tal vehemencia que penetro la imaginación de los cubanos de piel más clara. Nosotros modestamente tenemos mucho que enseñar a los afroamericanos y si bien es importante conocer la historia e incluso revisitarla debemos cuidarnos mucho de no adulterarla con alianzas improvisadas que respondan más a sensaciones pasajeras y coyunturales que a resultados de carácter antropológico. Ninguna causa basada en el revanchismo y el resentimiento logro jamás victorias duraderas. Por último, los negros americanos vivían en los sesenta en una nación libre que era orgullo de la raza humana pero en la que irónicamente existía un grupo humano sometido y soslayado; es lógico que la batalla se desarrollase exclusivamente en el plano racial. Los negros cubanos, una vez más, enfrentamos una guerra con dos frentes; por un lado la pertinaz discriminacion que sufrimos y por el otro la bochornosa presencia de un régimen anciano y oprobioso que nos suprime y sofoca junto a nuestros demás hermanos de otros grupos etnicos. Vuelve a ser diferente el avatar; nosotros estamos en la obligación de tomar el papel protagónico en la lucha por la democracia y la libertad que Olofi nos ha puesto delante; debemos usar todo nuestro talento para librar AMBAS batallas sin descuidar ninguna de las dos; copiar arbitrariamente la estrategia afroamericana sería suicida. Nuestra historia es única, nuestra coyuntura es irrepetible y debemos asumir esa unicidad con el valor y el arrojo desmedido de nuestros próceres.
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